La Cautiva

    En una ciudad cercana, había un parquecito formado por un bosque de viejos cipreses que daban sombra a varias estatuas de mármol y, desde luego, a los visitantes.      Una vereda de lajas labradas y asientos de piedra, invitaban al reposo y a la meditación.

Una tarde llegó al parquecito un joven estudiante de letras, equipado con un libro del escritor ruso Nicolái Gógol, y se sumió en la lectura.   No lo distraía el arrullar de una paloma tortolita ni el trinar de los cenzontles.    Cuando había leído cinco capítulos del bello libro, lo cerró y sacando una libreta se puso a escribir sus comentarios de la obra.

De pronto escuchó pasos suaves y al levantar la vista, vio algo que lo dejó perplejo: una bella mujer vestida con ropas blancas y un jarrón del mismo color entre sus bien torneados brazos, venía hacia él, muy sonriente.

-¿Quieres agua? –preguntó ella, con dulce voz.

-Sí, gracias –respondió el estudiante, bebiendo con placer aquella agua fresca y aromática.

-¿Puedo sentarme a tu lado?- dijo ella, suplicante.

-Claro, siéntate; para mí es un honor tener a mi lado a una mujer tan linda.  ¿Dónde vives? –preguntó el estudiante, emocionado.

-Aquí he vivido siempre, cautiva por la sabiduría de los viejos cipreses y el amor de las aves… -susurro ella, con humildad-; te vi pasar a mi lado y no te fijaste en mí.

-¡¿Ah?! ¿Dónde estabas, preciosa? –Exclamó el estudiante, apenado-;   perdóname, pero es que últimamente he estado preocupado, porque la próxima semana tengo exámenes en la universidad.

-Olvídalo, porque a partir de ahora, siempre estaré en tu corazón –dijo ella, suspirando.

Sumamente embelesado por la belleza de la desconocida, el muchacho la abrazó por los hombros y la besó en la boca.   Que fríos tiene los labios, pensó, pero no se lo dijo.   Ella tomó la jarra blanca y salió corriendo entre los árboles.

A partir de entonces, se miraban en el parquecito todos los días, a las cinco de la tarde, y el amor del estudiante crecía como fogata de encino, incontenible y rugiente.   Pero ella siempre actuaba como la primera vez, con indiferencia y serenidad.

Un día el muchacho le dijo:

-¡Te vas conmigo! ¡No me importa lo que pase!

-No puedo- respondió ella, suspirando- ¡Soy una cautiva!

En la universidad, un estudiante amigo le dijo: -¿Qué te pasa vos?  ¡Perdiste todas las clases siendo un buen estudiante!

-Sí, mi amigo, pero es que estoy enamorado de la mujer más linda del mundo….

-Presentámela, quiero conocer a esa mujer que te sorbió el seso –dijo el amigo, extrañado-; porque aquí les tenés miedo a todas las compañeras.

-Pues acompáñame al parquecito a las cinco….  ¡Vas a ver qué hembra! –contestó el estudiante enamorado.

A las cinco en punto llegaron al parquecito.   Esperaron un momento y la mujer hermosa no apareció.   Caminando por la vereda, el enamorado gritó de pronto:

-¡Ahí está, es ella! –la abrazó y comenzó a besarla.

-Estás loco de remate….. Esa es la estatua de la samaritana… No tiene vida, es un adorno…  ¡Es cautiva del parque!.

Autor :   Marco Antonio Ordoñez.
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